«Sea como sea, yo sigo siendo la rubia». Tan tranquila dicen que se quedó Marilyn Monroe cuando le dijeron que ella no sería la estrella de 'Los caballeros las prefieren rubias'. Le daba igual. Sabía que todos seguirían fijándose en ella de todas maneras. Lo sabía desde que a los 20 años decidió cambiar el moreno rojizo de su pelo por un rubio que tardó en elegir: cuentan que probó hasta nueve tonalidades hasta encontrar 'su' color. Rubio Marilyn. Ese rubio eterno que la acompaña desde entonces y para siempre, desde que murió a los tempranos 36, hace ahora 50 años. Las extrañas circunstancias de su muerte alimentan aún más el mito, Norma Jeane Mortenson nació un 1 de junio, bajo el signo de Géminis, en el Hospital General de Los Ángeles. Era 1926. Nunca conoció a su padre y dicen que eso marcó profundamente la personalidad de una mujer bella, inteligente, hipersensual, coqueta, insatisfecha, que siempre buscó el amparo de un hombre protector. La ausencia de la figura paterna y la débil presencia de una madre mentalmente inestable determinaron que Norma Jeane pasara su infancia entre padres adoptivos y casas de acogida. A los 16 se casó para evitar el orfanato: con James Dougherty vivió el primero de tres matrimonios desdichados. Joe DiMaggio y Arthur Miller fracasarían también con ella después. Como muchos otros hombres —John y Robert Kennedy entre ellos— que la tuvieron en su cama y no supieron o no pudieron hacerla feliz. La rubia no tenía ni un pelo de tonta. Dicen que su coeficiente intelectual estaba muy por encima de la media y que sus inquietudes intelectuales la hacían poseedora de una amplísima biblioteca a rebosar de volúmenes en los que hacía anotaciones al margen. Y aun así, su imagen proyectaba todo lo contrario, más en la línea de los papeles de mujer superficial y 'cazamaridos' en los que Hollywood la encasilló. «Marilyn Monroe fue un personaje creado por ella», dijo la actriz Michelle Williams, que estudió a fondo la vida y personalidad de la diva para encarnarla —y fue nominada al Oscar por su interpretación— en 'Mi semana con Marilyn'. Y Marilyn se comió a Norma. «No creo haber visto jamás a una persona más hermosa. Me quedé prendado de su estilo, y también de su ingenio, nada obvio, cándido y enormemente agudo. Había en ella algo mágico y desesperado a la vez». Los diarios de notas del historiador estadounidense Arthur Schlesinger, ganador de un Pulitzer, también invitan a pensar que detrás de la estrella había mucho más que una chica sexy de calendarios y papel cuché que en 1953 fue la portada inaugural de 'Playboy'. El American Film Institute la considera entre las 10 grandes estrellas femeninas de todos los tiempos. Para 'Empire' y 'Playboy' es la mujer más deseada del siglo XX. Sus medidas: 94-58-92, 1,66 metros de altura y 53 kilos de peso. Y escandalizaba a hombres y mujeres cuando confesaba que no utilizaba ropa interior o que para dormir sólo se ponía encima Chanel Nº 5. ¿Todo lo que se veía a simple vista era artificial? Puede. Como su escena más famosa ('en 'La tentación vive arriba'), aquella en la que el aire de una rejilla de ventilación levanta sus faldas: se rodó dos veces, en la avenida Lexington de Manhattan con la calle 52 y en un estudio; y fue la segunda la que Billy Wilder decidió utilizar porque el ruido de los curiosos revoloteando alrededor hizo inservibles las escenas grabadas en las calles neoyorquinas. La mujer errática e insegura que Marilyn llevaba dentro no encontró hasta la muerte su lugar en el mundo, y en vida buscó consuelo y apoyo a su alrededor. Su frágil estado emocional generó en ella una dependencia excesiva de su psiquiatra y psicoanalista (Ralph Greenson). Su obsesión por crecer intelectual y artísticamente convirtió a su profesora de interpretación (Paula Strasberg) en amiga y compañera. Y en maridos y amantes no encontró lo que anhelaba: «Los hombres dicen que me aman, pero ¿a quién aman? A Marilyn». The standard chunk of Lorem Ipsum used since the 1500s is reproduced below for those interested. Sections 1.10.32 and 1.10.33 from "de Finibus Bonorum et Malorum" by Cicero are also reproduced in their exact original form, accompanied by English versions from the 1914 translation by H. Rackham.